viernes, 1 de diciembre de 2023

INVERSIONES SABIAS

En estos tiempos, tal vez más que en tiempos pasados, hay una pasión por acumular. Acumulamos dinero, acumulamos objetos, acumulamos vestimenta y calzado. Y también acumulamos títulos. Es notable el despliegue de ofertas educativas de todos los niveles y colores que encontramos por ahí.


Cursos cortos, carreras largas, títulos intermedios... Me pregunto: ¿Qué mueve a las personas a querer capacitarse, generando tal cantidad de opciones?

¿Es acaso el deseo de conocer más, de ser más instruidos, de acrecentar el acerbo cultural?

¿Es la forma de desarrollar una vocación o cumplir sueños?

¿O es simplemente, el medio para conseguir un trabajo para vivir, o un ascenso para vivir mejor?

No digo que esté mal. Pero, en una reflexión personal, me permito pensar... ¿Cuánto del tiempo y el esfuerzo de los hijos de Dios está enfocado en capacitarnos, no ya en una carrera o profesión que nos permita vivir, sino en aquellas propuestas que nos permitan desarrollar los dones y ejercer el ministerio dado por el Señor? ¿Qué conciencia tenemos los hijos de Dios acerca de la eternidad? ¿Cuántos pensamos que esta vida es apenas el comienzo de lo que será toda una eternidad, cara a cara con nuestro Señor?

Si bien es cierto que la Palabra dice claramente: "El que no trabaja, tampoco coma"; si bien es cierto que para conseguir un buen trabajo el estudio es necesario, si bien es cierto que para ser sal y luz y permear nuestra sociedad con la vida de Cristo, debemos estar preparados para acceder a cada esfera... también es cierto que la obra de Dios debe ser llevada a cabo con sabiduría, con entendimiento, con idoneidad... y, obviamente, con el poder de Dios obrando poderosamente en nosotros. Sabiendo que el fruto es de valor eterno.

Jesús dijo: "No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Mas bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón". (Mateo 6: 19 - 21)

Pero, me sigo preguntando... ¿Será que en algunos de nosotros la vista se ha nublado, impidiéndonos ver más allá de esta vida? ¿Por qué nuestros esfuerzos se centran en las cosas de esta tierra? O, en el mejor de los casos… ¿Por qué creemos que sólo con la buena voluntad impactaremos a esta sociedad?

Pensemos juntos... Si para ejercer profesionalmente una persona debe capacitarse, más allá de sus condiciones naturales... ¿Es menos relevante servir al Rey de reyes y Señor de señores?

¿En dónde estamos acumulando tesoros?

¿Será que en el afán de labrarnos una posición en la tierra estamos olvidando que tenemos un llamado muy superior?

¿Dónde está nuestro corazón? ¿Cuáles son las cosas que más nos importan?

Cuando el Estado ha olvidado que Dios es "fuente de toda razón y justicia".

Cuando las familias han olvidado su rol de formadoras de vidas.

Cuando los niños están expuestos a abandonos, a abusos de todo tipo, a temores y dolores, la Iglesia del Señor es la que tiene en sus manos la oportunidad de comenzar a revertir estas situaciones y generar esperanza de vida.

¿Cómo lo hará, sino a través del ministerio que ejerzan los hijos del Reino, cada uno conforme a su llamamiento?

Ahora es el tiempo. Hoy es el día.

Hay un ministerio escondido.

No brilla. No reporta ganancia financiera. No catapulta a la fama.

No al menos en este tiempo terrestre.

Pero da dividendos eternos.

Y cambia el presente y el futuro.

Cambia vidas. Cambia familias.

Y tiene todas las posibilidades de generar una sociedad diferente.

Me refiero al ministerio de la enseñanza de la Palabra de Dios. No como alimento intelectual, sino como manual de vida. Para grandes, y para chicos.

Sería impensable que alguien que no sabe tocar un instrumento musical fuese designado para ministrar en la alabanza ejecutando música. ¿Verdad? Y me sigo preguntando… ¿Qué sucede a la hora de designar maestros de Escuela Bíblica, o Escuela Dominical, o Encuentros en las casas, Horas Felices o como queramos llamarlos? ¿Se puede trabajar efectivamente con niños, preadolescentes, adolescentes, jóvenes... y aún adultos, sin tener conocimiento de la manera en que una persona aprende, e incorpora a su vida las verdades eternas?

¿Qué nos hace pensar que nuestro Dios aceptará con agrado un servicio, a veces negligente, hecho con el mínimo esfuerzo y de manera rutinaria? O tal vez, un servicio hecho con todo el corazón y genuino amor a Dios y a las personas, pero con desconocimiento de los procesos pedagógicos necesarios para que la buena semilla caiga en buena tierra y de buenos frutos.

Y es que el amor a Dios debe ser expresado con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente (Mt. 22: 37) Nuestra mente debe estar dispuesta, para recibir la información. Y nuestro espíritu debe estar sumiso al Señor. Por eso, debemos tomar conciencia de la necesidad de entrenarnos y desarrollar las habilidades y conocimientos tocantes a cada ministerio.

Todo lo que hacemos en nuestras fuerzas, y para nuestro provecho personal, dará algún fruto en esta tierra. Pero todo lo que hagamos EN CRISTO trasciende este tiempo y entra en la eternidad. Porque Su reino es reino eterno. Y Su señorío, es de generación en generación.

¿Estudiar y ejercer carreras y profesiones para esta tierra? Desde luego que sí.

Pero la prioridad del Padre es proveerse de un pueblo que le ame, que le adore, que le sirva. Un pueblo que sea enseñado con sabiduría, que conozca la Palabra de Dios, y, sobre todo, al Dios de la Palabra. Un pueblo que manifieste en todo lugar el olor de su conocimiento (2ª Corintios 2:14). Y para esto, Él ha dado a su iglesia, entre otros regalos, maestros. Y hoy Dios está buscando maestros dispuestos. Maestros que le conozcan, que conozcan Su Palabra y que la transmitan y enseñen con gracia y verdad. Él sabe

que están; Él mismo los ha colocado en Su cuerpo. Pero busca a aquellos que decidan dedicarse con todo su ser a esta preciosa tarea. Y eso incluye la vivencia espiritual, la decisión de enseñar cada día mejor, la decisión de capacitarse más y más.

Ahora, me permito preguntarte: ¿Has sido llamado a edificar el cuerpo de Cristo de esta manera? Si es así, querido hermano, te animo a poner manos a la obra y avanzar en el poder del Espíritu edificando en el Reino de Dios. Tú y yo. Hagámoslo con sabiduría, inteligencia y diligencia. Para que cuando Él regrese, podamos salirle al encuentro con manos llenas de buen fruto, y no tengamos que alejarnos avergonzados.

H. Mónica Garbarini

Capacitación y Comodidad comienzan con C

Si buscas una razón... te damos tres: